miércoles, 17 de septiembre de 2014

Embarazada… ¿y con la menstruación?

No es un hecho extraño que, en los primeros meses, aun estando embarazada, la mujer tenga el ciclo menstrual. Sin embargo, ¿las pérdidas de sangre en el embarazo no son una señal de peligro?

Durante el embarazo, las pérdidas de sangre, si bien en la mayor parte de los casos se resuelven por sí solas sin poner en riesgo la salud del feto, siempre deben valorarse con atención. El hecho de que puedan ser inocuas no significa que deban descuidarse, desde el momento en que son una señal de peligro. Pero ¿a qué se pueden deber?

En el primer trimestre de embarazo, las pérdidas de sangre pueden deberse, sencillamente, a un pequeño sangrado en la zona del cuello del útero, debido a presencia de pequeños pólipos o de varices, por ejemplo, quizás provocadas por una relación sexual o por la realización de una prueba ginecológica. En otros casos, sin embargo, pueden indicar una amenaza de aborto o de un embarazo en una zona no apropiada.

Por lo que se refiere al segundo y al tercer trimestre de embarazo, junto a las posibles anomalías del cuello uterino, las pérdidas de sangre pueden ser el síntoma de un problema de la placenta o de un parto prematuro. Por esta razón, siempre es necesario realizar un control ginecológico acompañado de una valoración ecográfica y, quizás, también de una cuantificación de la hormona del embarazo (betaHCG). Estos controles son aún más necesarios si las pérdidas son abundantes y tienen un color rojo vivo.
Por suerte, en la mayor parte de los casos, el embarazo se desarrolla sin problemas, aunque, en caso de pérdidas, siempre es necesario consultar al ginecólogo para que la futura mamá esté más tranquila.

Cuando las pérdidas de sangre son regulares, tales como para hacer pensar en una especie de menstruación, no existe una explicación concreta. En algunos casos, estas pérdidas se producen de un modo cíclico, aunque, a diferencia de las menstruaciones normales, muy raramente están acompañadas de dolor o de tensión pélvica. Son sangrados de poca entidad, de color rosado o de rojo oscuro (casi nunca, rojo vivo), y podrían deberse a pequeñas hemorragias producidas por la implantación de la placenta.

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